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Por Dr. Eduardo Silvestre, Divulgador Científico de Grupo Medihome (MN 57.969), Magíster en Psiconeuroinmunología.

Establecer estrategias para que la angustia de nuestros pacientes no repercuta negativamente sobre nuestro estado emocional requiere de un aprendizaje permanente que se consigue luego de muchos años de ejercicio profesional y de trabajo personal y colectivo -tanto en nuestras acciones individuales como en las instituciones donde nos desempeñamos-.

Pretender que no nos “afecte” -en el sentido Spinoziano del término- la situación que está atravesando “nuestro enfermo”, quien ha depositado su confianza en nosotros para que “lo curemos”, es una absoluta utopía. Es más, no es -a mi juicio- una práctica recomendable. Nuestro ejercicio profesional siempre estará atravesado por la emoción -independiente de la especialidad médica que desarrollemos-.

El gran desafío es lograr que nuestra emocionalidad se ponga al servicio de la experiencia y del conocimiento. La emocionalidad positiva en la relación médico/paciente puede funcionar como “motor” de nuestras acciones potenciando el efecto beneficioso del acto médico. Pero si no la dosificamos en su justa medida podría transformarse en un “lastre”, un peso difícil de soportar que no ayudará en el proceso de la cura y que tendrá repercusiones negativas en nuestra propia salud.

Sin pretender que mi experiencia personal tenga que tomarse como modelo unívoco, me surge hacer algunas sugerencias que quizás puedan resultar de utilidad:

  • Escuchar la “demanda específica” de nuestro paciente (a veces es diferente de la que a priori suponemos)
  • Considerar su individualidad, su subjetividad y el contexto en el cual se desarrolla la enfermedad.
  • Trabajar con el entorno. Siempre que se pueda buscar algún referente familiar o de confianza de nuestro paciente, principalmente en las situaciones complejas.
  • Discutir y compartir la “toma de decisiones complejas” con otros colegas.
  • Trabajar con nuestras propias angustias personales. Cada uno elegirá el método que considere más idóneo -terapia personal, colectiva, métodos de relajación o de autoconocimiento, etc.-.
  • Nuestro objetivo primero debe ser “acompañar”, luego “aliviar” y, cuando se puede, curar.
  • Evitar crear falsas expectativas, tanto para nuestro paciente como para nosotros mismos.
  • Aceptar nuestras propias limitaciones -tanto las físicas como las emocionales-.

Estoy convencido de que aprender a manejar nuestra emocionalidad es un trabajo que aliviará la carga del acto médico. Este aprendizaje es una más de las funciones que nos competen y debemos desarrollarlo desde nuestros primeros pasos en el ejercicio profesional. Cada cual desarrollará sus propias estrategias -no creo que haya una sola forma de hacerlo- pero lo importante es ser consciente de ello y ponerlo en práctica.

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