Por Eduardo Silvestre, Médico y Divulgador Científico de Grupo Medihome
Tanto en la Argentina como en el resto de Latinoamérica, cada 3 de diciembre se conmemora el Día del Médico y su origen tiene que ver con un importante descubrimiento de un médico cubano. El 3 de diciembre de 1833 nació en la ciudad de Camaguey, Carlos Juan Finlay Barrés, quien descubrió cómo se transmite la fiebre amarilla, y de allí su conmemoración en este día. Sin embargo, cabe destacar que la Medicina Clínica, surgió desde los albores de la humanidad ligada a la enfermedad.
Los aspectos de prevención y promoción de salud fueron entonces rudimentarios o inexistentes. La curación de la enfermedad fue su objetivo esencial. El alivio y el consuelo del paciente constituían medidas paliativas cuando la curación se tornaba imposible. La medicina era individual, pero ya desde entonces en esa individualidad los médicos discutían a qué dar prioridad, a la enfermedad o al enfermo.
Rudolf Virchow, fue un patólogo, arqueólogo y antropólogo alemán que dijo aquello de que “La medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina en una escala más amplia.”
Virchow ponía el trabajo con las personas de clase baja como principal foco de su atención. Este prestigioso científico dio un paso cualitativo fundamental al considerar la estructura política y social como origen de los males de estos y, sobre todo, al considerar que la acción política entraba dentro del campo de la medicina y las reformas sociales dentro del interés y obligaciones del médico. La medicina pasaba a ser una ciencia social y la política pasaba a ser un instrumento médico, la principal herramienta de prevención.
Así, las actividades de los trabajadores de la salud pública, a quienes Virchow se refería como “doctores de los pobres”, incluía un fuerte activismo en la promoción y protección de la salud, y en el cuidado médico directo. En este sentido, los trabajadores de la salud se convertirían en “defensores naturales de los sufrientes”.
En el año 1977 y de la mano del psiquiatra George L. Engel, surgió el modelo biopsicosocial, que tiene en cuenta los factores biológicos, psicológicos y sociales de la persona a la hora de explicar, entender y afrontar un determinado estado de salud o enfermedad, discapacidad o trastorno.
Si bien este abordaje conceptual ganó amplia aceptación en la comunidad científica, llama la atención el número creciente de subespecialidades médicas que se han desarrollado en los últimos 20 años en nuestro país.
Como contrapartida, cada vez resulta más dificultoso acceder a un médico que se tome el tiempo para escucharte, para hablar de trivialidades -o de cosas personales significativas- más allá de la problemática de salud que te aqueja. Que te revise en forma completa, que te ausculte el corazón y los pulmones, aunque hayas consultado por un grano en la nariz. Que no esté mirando el reloj a cada momento.
En resumen: que te escuche, que te comprenda, “que te atienda”. Ese lugar de cuidador, de integrador, de confidente lo ocupó durante mucho tiempo “el clínico”, “el médico de cabecera”, “el médico de la familia”. Hoy, se puede acceder a la especialidad más sofisticada, pero resulta extremadamente dificultoso encontrarse con ese personaje. Y es, sin lugar a dudas, un gran inconveniente para el paciente.